En 1968, la maestra de primaria Jane Elliot diseñó y ejecutó un experimento que revelaría un mecanismo maléficamente eficaz para generar discriminación social en tiempo récord.
Una buena mañana, Jane llegaría a su salón de clases y diría a sus estudiantes de tercer grado que los niños con los ojos azules eran superiores en todo a los niños de ojos verdes. Eran, según decía dulcemente la profesora, mejores estudiantes, más inteligentes, más amables. También les dijo que sólo los niños con los ojos azules tenían derecho a salir al receso, descansar, jugar. Incluso si hacían mal la tarea, los niños con ojos azules eran tratados mucho mejor que los de ojos verdes.
En menos de 1 hora, los niños de ojos azules mostraron conductas discriminatorias hostiles y hasta crueles con sus compañeros que hasta ese día habían sido sus mejores amigos. Los niños de ojos verdes se retrajeron drásticamente, no podían siquiera leer o pensar, reforzando la creencia de que eran más tontos simplemente por tener los ojos de ese color.
Este experimento demostró cómo una figura de autoridad podía dividir a un grupo en muy corto tiempo usando cualquier criterio divisorio, sobre todo si éste era visible.
Manufacturando Crisis
Para muchos, resulta interesante cómo la narrativa mayoritaria cambia siempre en la misma dirección siempre favoreciendo mayor control estatal. Nada más hace falta que un tema se instale en un par de medios de comunicación masivos para poner a la mayoría de la gente a discutir apasionadamente por algo que hace dos minutos no tenía la menor relevancia.
El problema es que los medios no se limitan a reportar sobre casos concretos y mostrar discusiones. Su tarea se ha vuelto la de causar alarma y división entre la gente para avanzar agendas de gobiernos no legítimos.
El proceso es simple. Primero, se marca un problema y cómo este afecta casi cualquier aspecto de nuestras vidas. Luego, se dan instrucciones precisas acerca de cómo actuar para “ayudar” a resolver el problema. Y, por último, se procede a dar indicaciones sobre cómo reconocer a aquellos que no lo acepten irreflexivamente.
Esto fue precisamente lo que pasó durante los últimos dos años con una enfermedad que misteriosamente apareció justo después de un “simulacro” de pandemia para probar tasas de “obediencia” o “compliance” entre los súbditos del nuevo mundo interconectado.
Si bien, el público no sabía mucho acerca del virus del Covid a principios de 2020, muchas voces prudentes sugirieron no entrar en pánico, entre ellas estuvo la Organización Mundial de la Salud.
De hecho, cuando Donald Trump propuso cerrar las fronteras y cancelar vuelos de China, los globalistas lo acusaron de alarmista, racista, e invitaron a la gente a salir y darse abrazos en Barrios Chinos, marchas, o lugares públicos.
Sin embargo, luego de que la reputación de Trump había sido ensuciada, los políticos del mundo y personajes que quieren hacer creer que sin ellos la humanidad se acabaría, saltaron a exigir medidas restrictivas sin precedentes que afectaron la vida, las finanzas, y la salud mental de millones de personas. Ahora sí había que actuar de inmediato ya que todos los medios en el mundo declararon emergencia sanitaria.
En esta etapa de oscuridad informativa, la humanidad se comportó como era de esperarse cuando la dejan actuar. Hubo un esfuerzo colaborativo gigantesco y espontáneo para resolver cada problema que se presentaba.
Por ejemplo, miles de doctores alrededor del mundo comenzaron a testear medicamentos que se sabía surtían efecto positivo en caso de enfermedades virales respiratorias como la hidroxicloroquina, la ivermectina y el zinc.
Por otro lado, los técnicos en los hospitales se veían limitados en el uso de ventiladores o respiradores mecánicos debido a que muchos equipos estaban viejos o averiados. Hubo que recurrir a la experimentación para resolver problemas con partes y repuestos de los ventiladores, y algunos se vieron forzados a improvisar ya que era casi imposible obtener repuestos originales de inmediato y los costos eran prohibitivos.
Fue aquí cuando la internet comenzó a mostrar su verdadero potencial para resolver problemas de manera colectiva a nivel mundial. Los doctores de todos los países reportaban sus resultados y se reunían vía Zoom para discutir estrategias, permitiendo que millones tuviesen acceso instantáneo a la última información y adoptaran los tratamientos más efectivos, ofreciendo respuesta rápida a los pacientes y elevando sus probabilidades de no ser ingresados en hospitales. Al mismo tiempo, la compañía iFixit lanzó una base de datos con información técnica gratuita para que los hospitales en todo el mundo fuesen capaces de mantener sus ventiladores y equipos de urgencia en funcionamiento. Muchas compañías comenzaron a producir alcohol gel, mascarillas, alimentos, agua. El mundo parecía hacerse cargo del mundo, y la internet parecía estar cumpliendo el papel que todos soñábamos que iba a cumplir.
Sin embargo, esto pronto cambió. Los gobiernos comenzaron a “impulsar” la producción de ventiladores, a “recomendar” medicamentos extremadamente tóxicos como el Remdesivir, y a establecer “medidas sanitarias”.
Dieron instrucciones de no tratar a los pacientes de Covid con ningún medicamento (por seguro que este fuese) sino hasta que necesitaran ser conectados a un ventilador o recibir dosis tóxicas de Remdesivir. Ambas medidas fueron impulsadas por el Dr. Anthony Fauci, el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, y ministro de salud mundial de facto durante la pandemia. Ahora se sabe con certeza que fue el mismísimo Fauci quien dirigió los experimentos de ganancia de función en Wuhan que desataron la pandemia.
También fue el Dr. Anthony Fauci quien primero dijo que las máscaras no servían para nada, luego dijo que sólo las N-95 tenían algún resultado, luego afirmó que todas servían pero que “había tenido que mentir” para que no se agotaran las máscaras, y finalmente recomendaba usar doble máscara.
Podíamos ver en tiempo real cómo la información se convertía en desinformación y viceversa, haciendo que aquellos que mostraran un poco de coherencia fuesen vistos como “extremistas” y descalificados para el debate abierto.
También, la pandemia fue utilizada como una “oportunidad” (así lo declaró nuestro presidente mundial no electo Klaus Schwab en su libro) para impulsar el Gran Reseteo, y la vigilancia biométrica de la ciudadanía para su nueva fase de comunismo mundial. Esto significó la restricción económica hecha de manera remota y que condenó al hambre a miles de ciudadanos en EEUU, Canadá, España, Australia, China, y otros países, abriendo la puerta a una nueva era de ingeniería social remota.
La Agenda 2030 siguió su camino ininterrumpido durante la pandemia. Mientras todos estábamos confinados con prohibición de salir a protestar, reunirnos, o celebrar cualquier evento por razones de “salud”, las autoridades permitían votaciones, o marchas a favor de los objetivos de la agenda.
Se le prohibió a los doctores tratar pacientes en consultorios. Muchos, como el Dr. Zelenko en NY, comenzó a tratar pacientes en el estacionamiento de su clínica para no dejar a nadie desamparado. Pronto fue acusado sin ninguna prueba de querer causar más muertes.
La diferencia entre información y desinformación era cuestión de meses. Aquellos entrenados para mentir, y los idiotas, no se daban cuenta o se escudaban tras el argumento “es que la ciencia cambia”.
Por su lado, los gobiernos al unísono lanzaron el experimento a gran escala para dividirnos entre obedientes y desobedientes. Se ordenó el uso obligatorio de mascarillas, alcohol gel, distanciamientos sociales con distancias arbitrarias, cierre de negocios, cuarentenas forzosas, testeos masivos, cierre de escuelas, iglesias, ancianatos, y pare de contar.
Hicieron uso de la estrategia “ojos azules - ojos grises” y los resultados fueron espeluznantes. Convencieron a todos de que quienes usaban máscara eran superiores y tenían autoridad moral sobre los que no llevaban máscara o no se distanciaban. Se crearon ciudadanos de primera y segunda, y veíamos a periodistas acosando a transeúntes inocentes si los veían sin máscara para exponerlos al escarnio público en un claro ejemplo de sadismo social.
Luego llegaron las vacunas y el experimento se intensificó. Hubo llamados a obligar a la gente a vacunarse, luego a hacerles la vida imposible si no obedecían. Se les negaba acceso a la salud, al trabajo, a sus ahorros. Incluso se les negaba acceso a sus propias familias.
Todo esto en connivencia con gente común y corriente que había encontrado la manera de hacerse sentir importante y superior y no perdía el tiempo para ejercer ese nuevo poder ilimitado.
Durante todo este tiempo hubo al menos dos grupos de personas: aquellos que no sabían lo que pasaba pero estaban dispuestos a hacer lo que fuese en nombre del bien común. Y aquellos que no sabíamos nada, pero no actuábamos hasta no tener todos los datos relevantes a mano.
Por supuesto, el segundo grupo fue acusado de ser “anticiencia”, “bebelejías”, “conspiranoico”, y hasta “genocidas”. Muchos, perdimos nuestro trabajo, la mayor parte de nuestras amistades y familia. Fuimos sometidos a incesantes olas de ansiedad y estrés, así como al ridículo o, en el mejor de los casos, censura. Se nos criminalizó, humilló, segregó. Se nos sacó de las redes sociales, se nos prohibió transitar, salir de viaje, acceder a la salud pública y privada.
Si bien ninguno sabía realmente lo que estaba pasando, aquellos que no sabían pero estaban dispuestos a violar libertades y acusar a otros de “genocidas” impusieron su ignorancia sobre aquellos que tampoco sabían pero no se atrevían a poner toda su confianza en organismos con un larguísimo historial de errores y manipulación mediática. Es decir, la gente con una fe ciega en las autoridades o medios de comunicación acusaba de herejes a los no creyentes en esta religión irracional simplemente porque los medios lo ordenaban.
No importaba que uno diese argumentos racionales acerca de la poca efectividad de las máscaras (que nunca se ha demostrado su efectividad ni siquiera en ambientes quirúrgicos). Tampoco importaban los argumentos jurídicos, éticos, o de sentido común. Lo importante era “escuchar a los expertos”, pero nunca veíamos a ningún doctor en la tele sino a políticos usando batas blancas.
Los doctores e investigadores reales fueron sistemáticamente silenciados, y todos fueron acusados de algún pecado irrelevante. El Dr. Robert Malone, inventor de la tecnología mRNA, fue expulsado de las redes y acusado de desinformar y de estar buscando publicidad. El Dr. Zelenko, uno de los primeros proponentes de soluciones terapéuticas y quien trató al presidente Trump y a Bolsonaro cuando enfermaron, se le acusó de bebelejías y de brujo. Los doctores firmantes del Great Barrington Declaration también fueron silenciados, incluso cuando todos tenían credenciales más que intachables en el campo de la medicina.
Se dijo que la hidroxicloroquina era tóxica, y CNN corrió el rumor de que alguien había sido envenenado con este componente. Resulta que una mujer envenenó a su marido con un limpiador de peceras que contenía cloroquina y eso fue suficiente para sacar el medicamento de circulación.
La Ivermectina, uno de los medicamentos más seguros en el vademecum, también fue ridiculizado por tener una versión veterinaria.
Cuando llegaron las vacunas, ya muchos doctores en el mundo habían expresado dudas acerca de la seguridad de estas. En general, se necesitan años para hacer ensayos clínicos y demostrar que un medicamento es apto para el consumo humano. Además, ya se había establecido la seguridad de tratamientos que evitaban la hospitalización en más de un 80% de los casos, como es el protocolo del cardiólogo Peter McCullough.
De manera totalmente incomprensible, todos los medios al unísono comenzaron a impulsar la vacunación masiva. Pfizer y ModeRNA convencieron a los gobiernos del mundo a comprar su producto sin revelar los resultados de las pruebas en humanos y exigiendo inmunidad legal en caso de presentarse efectos secundarios.
Estas empresas sabían que sus productos ni evitaban contraer la enfermedad ni reducían el contagio. Aún así, las autoridades no dudaron en tomar medidas dracónicas para asegurar que la mayoría de la gente se vacunara, lo quisiera o no. La mayoría, también de manera irreflexiva, comenzó a repetir las consignas de los medios convencidos de que estaban cumpliendo con un deber cívico. Todo lo que uno pudiese objetar, era inútil.
Muchos advertimos que, de no existir suficientes pruebas, estas vacunas eran técnicamente terapias génicas experimentales. Por supuesto, esto fue motivo de burla y humillaciones adicionales.
Recientemente, Pfizer declaró frente al parlamento Europeo que esto era cierto, que nunca habían hecho las pruebas correspondientes porque habían tenido que ir a “la velocidad de la ciencia”. No conozco profesor de ciencia que me sepa explicar lo que esto significa, pero el argumento de vacunarse para salvar vidas quedó totalmente descalificado.
También, poco a poco comienzan a filtrarse estudios que indican que las vacunas no afectan las tasas de mortalidad en lo absoluto, o que están causando lesiones cardíacas y otros efectos secundarios.
Por supuesto, todo esto ya lo había predicho el Dr. Robert Malone, inventor de la tecnología mRNA, en 2020. Cuando fue entrevistado en el programa de Joe Rogan el video fue bajado de YouTube, y los empleados de Spotify presionaron para sacar el show del aire por completo.
Ahora Piden Amnistía
Hace un poco más de una semana, el medio izquierdista y propagandista The Atlantic lanzó un artículo titulado “Declaremos Una Amnistía Pandémica”.
El cuerpo del artículo es un repaso por la experiencia de la autora durante la pandemia. De cómo había creído ciegamente en lo que decían los medios, y había entrenado a su hijo de 4 años a acusar a otros en la calle de no respetar distanciamiento social y otras estupideces que nunca tuvieron razón de ser.
La autora reconoce que nunca hubo evidencia de que estas precauciones no fueran completamente arbitrarias (como muchos habíamos dicho desde que todo el circo comenzó). Pero ella también cayó en el “porsiacasismo”, llegando a decir en varias ocasiones que no era suficiente humillar públicamente a la gente que no se vacunara. Por tanto, instó a nuestros familiares a presionarnos condicionando las cosas que nos gustaban a nuestro estatus de vacunación. Es decir, la solución era aplicar la estrategia ojos azules-ojos-verdes dentro de cada familia.
Hay que recordar que hubo miles de ancianos en el mundo a quienes les fue negado el estar con sus familias, y se les condenó a muertes lentas, solitarias e inhumanas. Irónicamente, las medidas draconianas a las que nos sometieron a todos se tomaron en nombre de los ancianos a quienes condenaron a muerte por inanición.
Para intentar mostrar algo de empatía, la autora confiesa que ella misma fue atacada por llegar a decir que las escuelas deberían reabrir, así que “sabe” cómo se sienten los ataques. Por tanto es hora de perdonarnos ya que hubo errores en ambos lados.
Pero, un momento. Yo no recuerdo haber cometido ningún error más allá de llamar a la razón y pedir que me dejaran en paz. Los millones de personas que no cedimos ante esta presión jamás llamamos al exterminio de nuestros oponentes ni la limitación de sus libertades. Tampoco recuerdo haber propuesto una segregación masiva, ni una jornada de humillación pública para quienes se vacunaran.
La consigna entre los “bebelejías” fue: cada quien debe decidir por sí mismo. Mientras que el lado de los vacunados no perdía instante para irse arriba a ver quién era más intolerante con los “anticiencia”.
Entonces ¿de qué “lados” habla esta señora?
Recientemente han comenzado a darse iniciativas en varios países que permiten que la gente que haya sufrido efectos secundarios y muertes por causa del producto eugenésico puedan pedir indemnizaciones.
En EEUU ya algunos medios masivos han comenzado al menos a hacerse preguntas importantes acerca de la supuesta seguridad y efectividad de las vacunas.
Y ya en varios países hispanos se están abriendo procedimientos para denunciar los efectos de las vacunas y recibir indemnizaciones.
Ahora, muchos periodistas, políticos y líderes están tratando de esconderse detrás de los temas del momento para no enfrentar el fraude masivo de las medidas Covid y las vacunas. Y ahora que la #Repentinitis está de moda, se están tratando de zafar de cualquier atisbo de culpa en caso de demostrarse que las vacunas están directamente relacionadas con más muertes de las que supuestamente salvaron.
Ellos saben que ahora se tienen que enfrentar con las consecuencias de sus estupideces, y la internet no va a olvidar la maldad y crueldad con que ellos se refirieron a los demás, y del papel que jugaron en el evento de psicosis masiva más grande en la historia. No hay que olvidar que mientras las redes sociales se encargaban de cerrar cuentas que supuestamente fomentaban el lenguaje de odio, se dejó que los periodistas, celebridades, y santurrones del teclado tildaran a quienes no se vacunaran de “ratas” a quienes había que exterminar, propusieran campos de concentración y reeducación, y que se nos negara todo derecho hasta que cediéramos. Todo esto sin probar que el producto de Pfizer fuese efectivo en lo más mínimo.
Increíblemente, no se contentan con haber gozado de un aura de superioridad moral injustificada por más de dos años, sino que ahora quiere volver a colocarse una corona de virtud y magnanimidad diciéndonos “nosotros también los perdonamos”.
En el artículo de The Atlantic, la académica insiste en que la gente que acertó acerca del teatro covidiano se lo debieron en buena medida a la suerte, mientras que quienes se equivocaron no lo hicieron por un fallo moral. Así que, para la autora, una amnistía pandémica sería lo justo. Es decir, si quienes nos resistimos estuvimos en lo correcto, perdemos, y si ellos se equivocan, entonces ganan. Para esta gente no hay manera de que quienes no pertenezcan a su clase social iluminada pueda haber usado la razón. El intelecto es una propiedad exclusiva de aquellos que “escuchan a la ciencia”.
No me extrañaría que pronto comenzaran a pedir también amnistía por haber dejado a millones sin acceso a energía, y trabajos, mientras apoyaban a sus gobiernos en el envío de armas y dinero de nuestros impuestos a un conflicto en el que ninguno de nosotros tenía nada que ganar ni perder. Total, todo eso es fomentado también por “los expertos”.
Otros seguro pedirán amnistía por haber sido instrumentales en la transferencia de ingentes recursos económicos desde los contribuyentes hacia grandes corporaciones monopólicas protegidas por los gobiernos. Recordemos que la Big Pharma registró ganancias récord durante el período de la pandemia y que nada de lo que hicieron fue ni espontáneo ni desinteresado. Y también que muchos políticos y medios hicieron millones de dólares con la promoción de las vacunas y la manipulación para justificar el gasto público.
¿Cuál sería la respuesta adecuada?
Mi respuesta, y la de millones de personas indignadas en las redes es: QUE SE JODAN. Me cansé de pedir que me escucharan o leyeran las fuentes, o que me dejaran en paz y de que dejaran de decirme lo que era “mejor para mí y para mi familia”. Muchos tuvimos que encerrarnos literalmente por 2 años para no tener que discutir con cada ebrio de poder enmascarado que uno se encontraba en la calle.
Las empresas como Pfizer, ModeRNA, la fundación Bill y Melinda Gates, la OMS, EcoHealth, y varias otras que se dedican a crear enfermedades y virus para luego vendernos vacunas, tienen que ser llevadas ante la justicia. A los incrédulos, recomiendo visitar esta página que ha mantenido un minucioso seguimiento de este chiringuito.
Los políticos que vieron con este evento la oportunidad de acceder al poder y obtener cuantiosas ganancias, para luego embriagarse con esta lujuria moralista con la que luego perseguían a quienes no “respetaran las medidas”, deben ser depuestos y juzgados.
Los medios de comunicación, periodistas, y redes sociales que contribuyeron a la manipulación arengando a las turbas enardecidas para perseguir a sus amigos, familiares y vecinos, y que también decidieron ocultar la información verdadera para favorecer al gobierno o no perder anunciantes, deben ser llevados a tribunales y pagar indemnizaciones.
A estos tres grupos se les debe abrir un nuevo juicio de Nuremberg que contemple las mismas penas que el original.
Por último, todo aquél que haya decidido que era su deber forzar a otros a obedecer medidas absurdas sin haber siquiera escuchado e investigado fuentes alternativas (a las cuales uno no llega por medio de la suerte), lo mejor que puede hacer es reconocer su error, mostrar arrepentimiento, y pedir perdón. Sólo así se les será concedido. Cualquier intento de decir “es que yo no sabía” o “bueno pero tienes que entender” no debe ser tolerado porque no sería una disculpa real sino un intento barato de transferir la culpa hacia nosotros DE NUEVO.
La única manera de reparar el daño causado y evitar que los gobiernos y medios no experimenten con nosotros de nuevo, es garantizar que la justicia llegue. Cualquier otra “solución” o “amnistía” sólo reforzará la confianza de aquellos que pueden causar daño sin impunidad. Lo que eso haría es despejar el camino para la próxima vez que nos digan que los que tienen ojos azules son mejores que los que tienen ojos verdes, o no tengan una banderita de Ucrania en el perfil, o un panel solar sobre sus techos, o no aborten al menos una vez en la vida.