Todos nosotros hemos escuchado hablar de manera peyorativa acerca de la idea de que hay una división ideológica de la izquierda y la derecha. De hecho, esta visión está ya tan arraigada en nuestro imaginario que aquellos que la defienden son tomados como eruditos cuya inteligencia y sagacidad les ha permitido trascender conceptos tradicionales y brindar puntos de vistas más adecuados a nuestros tiempos.
Tal es el caso de gente como Moisés Naím, proponente de la agenda globalista a rabiar, o de Agustín Laje, supuesto paladín del conservadurismo que anda inventando que hay una “nueva izquierda”. Sin embargo, esta muestra de pereza o malicia intelectual sólo está sirviendo para confundir o esconder la verdadera raíz del declive político actual.
Incluso hay buenos periodistas que caen en este error y lo profundizan. En este pote caen César Vidal y Lorenzo Ramírez de quienes me nutro constantemente, pero que sostienen que la división izquierda/derecha quedó obsoleta después de la caída del muro de Berlín, y que la lucha actual es entre globalistas y patriotas. Tengo que conceder que los argumentos esgrimidos por Vidal son muy buenos y atractivos. Sin embargo, como frecuentemente pasa cuando los intelectuales se adentran en materias que no son de su competencia, los periodistas no comprenden con exactitud la relevancia de estos conceptos ni su alcance, por tanto los desechan alegremente e invitan a sus audiencias a hacer lo mismo.
Pero, ¿de qué nos sirve hoy en día conocer estos conceptos?
El impulso que tienen muchos de rechazar discusiones filosóficas abstractas, y requerir soluciones prácticas a los problemas políticos que nos afectan (inflación, delincuencia, inestabilidad, corrupción), está muchas veces justificado. Quedarse en el mundo de las ideas, mientras los políticos reducen nuestra libertad cada vez más, no parece ser un uso razonable de nuestro tiempo.
Sin embargo, hay que considerar que no se puede curar una enfermedad si no se sabe cómo funciona, y uno de los principios que ayudan a comprender contra qué se está luchando es la definición de los términos derecha e izquierda que tanto quieren evitar las élites de todos los bandos y colores.
La eliminación de estos conceptos básicos es equivalente a que una noche alguien cambiase los letreros de todas las calles de tu vecindario. Al día siguiente, aquellos que siempre andan en piloto automático ni se darán cuenta del cambio o lo ignorarán pensando que no les afecta, mientras que los más observadores sí señalarán el cambio pero serán acusados de no querer “adaptarse”. Esto causa que hoy en día la gente crea estar votando por opciones que tienen un signo político y luego se sorprendan de que terminen haciendo lo mismo que el bando contrario. Por ejemplo, en Chile se votó a Piñera por ser de “derechas” pero terminó profundizando la agenda de Bachelet, y en Perú votaron por Castillo, quien ha mostrado no tener propuestas tan diferentes después de todo a pesar de ser de “izquierdas”.
¿De dónde viene la confusión?
Si bien las etiquetas “izquierda y derecha” vinieron a ser usadas sólo recientemente, los conceptos ya cumplían una función rectora como forjadores de políticas por siglos. Lo derecho, lo recto, lo legal y lo bueno se asociaba a políticas provenientes de doctrinas morales basadas en el sentido común, la justicia y el mandato bíblico. Mientras que lo izquierdo estaba relacionado a lo torpe, torcido, siniestro, equivocado, desalineado, o todo aquello que causaba malentendidos y que enviaba toda aventura política por mal camino.
En el centro de estas dos categorías no se ubicaba algo neutral, sino más bien los puntos de referencias que permitían a las personas evaluar lo adecuado o inadecuado de sus acciones. Es decir, en el centro se ubicaba lo real, lo verdadero, lo lógico, así como el concepto de justicia y sentido común. No era un centro al cual debíamos acercarnos para encontrar un balance, sino simplemente una guía que permanecía inmóvil sin importar la dirección que los hombres tomaran.
Por ejemplo, políticas que reforzaran la libertad o la independencia de la gente, o el trato igual bajo la ley, eran derechas por obedecer a principios centrales que estaban más allá del hombre. Mientras que políticas arbitrarias, corruptoras, o que atentaban contra la libertad de los hombres, se mostraban claramente torcidas y siniestras al compararse con el centro metafísico.
Como vemos, izquierda y derecha no reflejaban ningún partido o grupo político. Sólo permitían evaluar lo adecuado o inadecuado de una política o acción luego de compararla a ciertos principios metafísicos o de sentido común.
La concepción de izquierda y derecha como categorías políticas en efecto viene de la época de la Revolución Francesa, como sostienen muchos hoy en día. Estas etiquetas describían aquella famosa organización parlamentaria donde los defensores del Ancien Régime se sentaban a la derecha y los progresistas o proponentes de un sistema más igualitario se sentaban a la izquierda.
Lo que muchos no recuerdan es que lo que se hizo en ese momento no fue poner en el centro alguna posición intermedia, sino implantar como árbitro neutral al Estado Hobbesiano. Es decir, de ahí en adelante la política dejó de girar alrededor de ciertos principios metafísicos o morales inmutables y comenzó a servir a los intereses del Leviatán.
Los principios de gobierno limitado y liberalismo clásico sufrieron una estocada mortal ya que el centro moral bajo el cual se regían fue arrancado de cuajo, deformado de manera irreconocible, trasladado hacia la izquierda, y reatornillado bajo el supuesto de que el Estado, manejado por iluminados humanistas, es mejor árbitro que cualquier principio moral.
Pero fue Hegel quien comenzó a poner los clavos en el ataúd del liberalismo.
Según Hegel, el hombre siempre fue un mero observador de la naturaleza y sujeto a los caprichos de la historia, la cual no es más que la manifestación de la voluntad de dios.
A través del historicismo dialéctico, es decir de la nueva doctrina inventada por él, el hombre por primera vez en la historia ha podido tomar consciencia de su papel como hacedor de historia y forjador de su propio destino.
Luego, con la excusa de querer probar la existencia de Dios, Hegel sostuvo que para que Dios pudiese existir en el mundo metafísico debía tener su correspondiente reflejo en el mundo material. Debido a la nueva consciencia adquirida por el hombre, ésta materialización de la imagen de dios por fin había podido llevarse a cabo en la forma del Estado gracias a la intervención de personajes que representaban el espíritu material de la historia, tal y como se refirió a Napoleón Bonaparte.
A la muerte de Hegel, sus seguidores se dividieron en dos bandos:
Una parte de sus seguidores declaró que Hegel tenía total razón y que el Estado era el reflejo material de Dios en la tierra. Estos son lo que hoy llamamos “derecha” y se dedican a “conservar” al Status Quo a través de varias formas de mercantilismo y capitalismo de amigotes. En este bando vemos hoy en día a políticos defendiendo ciertos valores tradicionales, pero que no tienen problema en subir impuestos, estatizar sectores estratégicos, o avanzar una progresiva corporativización de la sociedad.
El profesor Alberto Mansueti llama a estos “derecha mala”, aunque él agrega otros aspectos a esta categoría.
Por otro lado, están aquellos que también decían que Hegel tenía razón, pero en otro aspecto aún más profundo. Según ellos, el descubrimiento del papel del hombre como forjador de su propio destino lo ha llevado al próximo nivel de la evolución donde, a través de la ciencia, será posible arrancar el destino de la humanidad de las manos de Dios.
Para ellos, la religión, y sus principios metafísicos, nos mantenía dormidos y a merced de los caprichos de Dios o de la historia. Marx reforzó este punto cuando calificó a la religión como el opio de los pueblos.
A partir de allí, la tarea de la izquierda no ha sido eliminar la religión cristiana, sino reemplazarla o acomodarla para poner al hombre humanista como centro, y al Estado como vehículo de evangelización y neutralizador (es decir, que neutraliza todo proceso social que no esté dentro del Estado).
Bajo esta nueva visión de neutralidad artificial, los proponentes de políticas dirigidas a engrandecer al Estado quedaron a la derecha de este nuevo centro, dándose a la misión de conservarlo, mientras que a la izquierda se concentraron aquellos decididos a demoler cualquier cosa que se instale como centro para continuar arrastrándolo aún más hacia la izquierda.
Este constante movimiento del “centro” es lo que hace posible que la izquierda pueda en un momento determinado defender cualquier postura, y al día siguiente declararse totalmente en contra sin despeinarse. Por esto sirve de muy poco señalar sus contradicciones o decir que son hipócritas o incompetentes como muchos se empeñan en denunciar.
En estos momentos, todo aquel que insista en que los gobernantes de hoy en día son tontos o hipócritas, o que incluso están confundidos y hay que hacerles ver la realidad para que dejen de tropezarse, no entienden que para ellos no existe un centro fijo que les indique si algo esta bien o mal diferente al Estado y su religión de poder.
Conocer la diferencia entre izquierda y derecha es hoy más importante que nunca. Sobre todo cuando en las elecciones en nuestros países nos quieren convencer de que hay dos opciones o de que hay que votar por el mal menor.
El profesor Dalmacio Negro Pavón explica más a fondo estas categorías en su ensayo Ontología de la Derecha Y la Izquierda.
Te consulto si puedo republicar tus artículos. Espero tu respuesta. Gracias.