Hace poco, hablaba con un niño de unos 14 años quien decidió contarme cómo le iba en el colegio. Lo escuché de manera casual mientras él repasaba los contenidos de las distintas materias, pero fue cuando mencionó una asignatura llamada ética cuando decidí prestar mucha más atención.
Supuestamente, según el niño, la clase consistía en proponer a los niños distintos dilemas morales, y luego hacerlos tomar la mejor decisión.
No tardé mucho en darme cuenta que la clase tenía al menos tres sesgos:
Uno utilitarista que tiende a considerar una solución como buena, sólo si causa la mayor cantidad de bienestar para la mayor cantidad de individuos.
Uno emotivista que propone que los valores no tienen fundamento objetivo sino que son meras preferencias circunstanciales.
Y uno consecuencialista: Lo que importa es el resultado y no los medios para llegar a ellos.
Estas tres características juntas son explosivas ya que el concepto de bienestar es sólo una cuestión de opinión y puede cambiar según a quién se le pregunte o incluso cuándo se le pregunte.
El niño también me contaba que se insiste mucho en situaciones inverosímiles que sólo las mentes más retorcidas podrían elucubrar. Es decir, la materia está ideada por mentes capaces de crear trampas dignas del repertorio de un archienemigo de Batman.
Uno imaginaría que una materia escolar llamada ética comenzaría por algunos principios filosóficos para establecer al menos algunos parámetros sobre lo que es el bien y el mal. Después de todo, este ha sido uno de los temas más importantes tratados por la filosofía por miles de años.
Pues no. Según lo que se aprende hoy, decir que algo es bueno o malo es infantil. Básicamente, se ignoran estos conceptos y se adopta un razonamiento supuestamente objetivo… Es decir, se nos enseña que nuestra preocupación no se debe centrar en valores éticos sino en cálculos mecánicos.
-“Pero Marcel, estimadísimo e incansable paladín del teclado” -Les oigo decir. -“Esto no tiene nada que ver con la serie Stranger Things ni los Avengers.”
Sí. Lo sé, pero denme un chance para llegar al punto. Les prometo que no fue puro clickbait.
El problema de este cambalache en la ética fue expuesto tanto por la filosofa Ayn Rand como por el eticista Alasdair MacIntyre. Ellos insisten en que ha habido una destrucción sistemática del sistema de valores occidentales a través de la educación y la cultura. Esta destrucción ha sido tan completa, que ya casi nadie sostiene sistemas coherente de valores que guíen sus actuaciones.
Pero volvamos un poco al principio. La filosofía, el sustrato del que se nutren todas las otras áreas del conocimiento, consta de al menos 5 ramas básicas.
La metafísica estudia la existencia y su relación con el ser. Esta rama ayuda a responder preguntas relacionadas con la clase de universo en el que estamos, si es finito y cognoscible, o si es infinito y caótico. La naturaleza de nuestras acciones y ambiciones van a estar relacionadas con las preguntas que nos hagamos a este nivel y a las respuestas que se nos den.
Por otro lado, la epistemología nos permite responder a preguntas relacionadas a cómo logramos saber lo que sabemos, o si podemos tener certeza sobre las cosas que creemos conocer. Las respuesta que nos proporcione la epistemología son las que nos ayudarán a confiar más o menos en nuestras propias capacidades o decisiones. Mucha gente hoy prefiere dejar en manos de los expertos la tarea de conocer y decidir, mientras que otros muchos están seguros de que pueden llegar a conocer todo sin necesidad de consultar a nadie y sostienen un escepticismo insano.
Pero estas dos ramas filosóficas sólo proporcionan una teoría acerca del mundo y cómo interactuamos con él. Para poder ponerlas en marcha se necesita una tecnología. Esta sería lo que llamamos ética. La ética permea todos los aspectos de la vida de un individuo, y responde a la pregunta: qué es lo bueno o lo malo, qué aspectos deben dominar su carácter, y cómo va a estar compuesta su escala de valores. La ética ayudará a tomar acciones y determinar el curso de nuestra vida dependiendo de nuestros principios metafísicos y epistemológicos. Si creemos que el mundo es caótico y aleatorio, entonces la verdad no existe o no se puede conocer. Por tanto, hay que dejarse llevar por los expertos y ellos serán la medida del bien y del mal.
La cuarta rama es la política, la cual determina cómo un individuo debe tratar a los demás, y cuál debe ser nuestra relación con los gobiernos o si estos deben existir y en qué grado.
La quinta rama es la estética, la cual deberé dejar de lado por ahora.
Yo sé que pensaban que ahora sí hablaríamos del séptimo arte, pero falta un poquito, les prometo.
Como vemos, sin un entendimiento completo de la metafísica y epistemología, la ética y la política se encuentran vacías. Es decir, nuestros valores se encuentran a merced de los deseos de autoridades que detentan el poder de conocer.
Las posturas filosóficas de las cuales parte la mayoría de la gente hoy rechazan los conceptos del bien o del mal y los reemplazan por meras preferencias y cálculos supuestamente objetivos. Es decir, tecnifican la asignación de valores y nos entrenan para que sean cambiados según aspectos meramente situacionales.
Y esto no ha sido al azar. Esta nueva filosofía fue propuesta hace más de un siglo por el filósofo G.E. Moore, quien fue celebrado entre los círculos intelectuales de la época por haber, según ellos, resuelto al fin el problema del bien y del buen vivir. Se considera que el libro Principia Ethica de Moore es un trabajo revolucionario que dio inicio a una nueva agenda para la ética del siglo 20.
John Maynard Keynes, el arquitecto de la economía de banca mundial moderna que alimenta al Nuevo Orden Mundial, consideró el trabajo de Moore como excitante, el origen de un renacimiento, y el comienzo de un nuevo paraíso en una nueva tierra. Muchos apuntan que Keynes luego rechazaría al emotivismo de Moore, pero en realidad lo único que rechazó fue la creencia de Moore en la sensatez y decencia humana. Es decir, Keynes ni siquiera consideraba que el humano es lo suficientemente responsable como para dirigir sus actos.
John Rawls, creador de la teoría de la justicia como equidad que hasta hoy en día ha servido como vehículo para implantar el socialismo en todas sus formas, también elogió a Moore y usó sus preceptos para elaborar su teoría del votante medio y muchas otras tonterías que necesitan su propio artículo.
Hoy en día, la teoría emotivista no sólo domina el pensamiento filosófico actual; es asumida como cierta por la mayoría de nosotros, y el escepticismo es tomado como sinónimo de grandeza intelectual. El triunfo del emotivismo en nuestra cultura viene de su insistencia en que no puede haber justificación racional válida de que existen estándares morales objetivos. Tan es así, que cuando un político o intelectual contemporáneo entra en la arena de debate hoy, lo hace desde una posición de completa seguridad de que todo es relativo y que la verdad no se puede conocer. La mayoría de las audiencias hablan y actúan dando por sentado los principios del emotivismo, sin importar la posición que digan adoptar.
Pero… ¿Cómo se enseña el emotivismo?
La respuesta parcial la tiene el niño de 14 años del cual les hablé al principio. Sus clases parten de la asunción de que la verdad no es algo que se pueda asir, y el bien y el mal son simples expresiones de preferencias basadas en una racionalidad eventual.
Por otro lado, está lo que se consume como cultura o entretenimiento.
Hace poco veíamos la 4ta temporada de Stranger Things. La serie tuvo un comienzo emocionante, varios giros inesperados, y un villano muy interesante.
Sin embargo, en el séptimo capítulo el villano hace su exposición de motivos que se vuelve una clase magistral de emotivismo, relativismo, eugenesia y, ya adivinaron, Marxismo. Fue un largo discurso sobre cómo la sociedad está podrida por dentro, que todos viven en un mundo ilusorio o superestructura, y que nadie es bueno o malo en verdad sino que estamos todos trabajando para una maquinaria opresora sin darnos cuenta. El villano también habla de cómo la humanidad es un cáncer, que somos demasiados lo cual es malthusianismo puro. Luego asegura que él está más allá del bien y del mal porque es un super hombre, recordando al Übermensch de Nietzche. Y finaliza diciendo que iba a construir un mundo mejor desde cero, pero que es incomprendido.
Esto suena original. ¿No?
Pues, Thanos, el villano en las películas de Marvel, era un “científico” que ya había advertido que su raza iba a agotar los recursos de su planeta. Las películas nos inyectan imágenes apocalípticas de los resultados de la sobrepoblación y lo “tonta” que es la gente cuando no son guiadas por expertos. Thanos termina extinguiendo a la mitad de la población del universo, y aunque “los buenos” lo intentaron detener, todos logramos encontrar justificaciones para la acción del villano.
Vemos el mismo tema en películas como Tron con temas de transhumanismo, o Aliens y Prometheus donde los científicos son incomprendidos y colocan a los personajes en situaciones imposibles para construir mundos mejores.
Dan Brown en su libro Inferno también propone científicos que quieren curar al mundo de la raza humana reduciéndola drásticamente hasta un punto “ideal”, o el mismo Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens menciona la necesidad de acabar con los pobres para controlar a la población.
Así puedo seguir con los villanos de James Bond, o incluso series como Breaking Bad, Squid Game, X-files. Todas incluyen esta temática donde el bien o el mal son irrelevantes, y lo que importa son preferencias de aspecto racional sin estándares morales objetivos sino cálculos utilitaristas. Todo lo malo que sucede en esas series, es “justificable” bajo los estándares del emotivismo.
Sólo hay que ver cómo la mayoría de nosotros tendemos a “comprender” al villano. Cuando estos villanos dan sus discursos, no hay persona que no se sienta “inteligente” por haber “pensado” cosas parecidas. Así que incluso el menos instruido en filosofía, especialmente los más tontos, sienten que estas películas y series los hacen sentir avispados simplemente porque captan todas las referencias.
Lo mismo pasaba con comedias como Big Bang Theory, donde no había chiste alguno, sólo una retahíla continua de referencias a conceptos pseudo científicos que nos hacían sonreír sólo por el hecho de ser capaces de reconocerlos.
Afortunadamente, hay maneras de contrarrestar esto. La más importante es vacunar a sus hijos contra el emotivismo hablándoles sobre los valores que hicieron posible la llegada de la civilización occidental. Si pueden educarlos en casa, tanto mejor.
Lo siguiente es dejar de alimentar a la bestia. Cuanto menos se consuman sus productos adoctrinadores menos recursos van a tener para seguir produciendo estupidez en masa.
Un par de semanas atrás me topé con el dilema del tranvía, por curiosidad lo contesté y mis respuestas fueron: no le muevas.
El dilema del tranvía es una falsa dicotomía que invita al participante a justificar el homicidio.
Pocos entienden la posición que tomó Rorschach en Watchmen, la de oponerse a un genocidio calculado supuestamente para salvar a toda la humanidad. El que todos tomaban por loco y sádico, resultó ser el más honesto y moral; los buenos resultaron ser los más dispuestos a corromper todos los valores humanos existentes, supuestamente por el bien mayor.