Con la anulación de la polémica decisión de Roe vs Wade en la corte suprema de Estados Unidos, mucha gente ha salido a dar su opinión a favor y en contra. Pero hubo un Twit que me llamó la atención:
Una chica contaba que había quedado embarazada en su adolescencia y tuvo que enfrentarse a su familia y amistades que insistían en que debía abortar. 15 años más tarde, su hijo sobreviviente estaba hoy furioso porque las mujeres habían perdido su “derecho a abortar” por culpa de la Corte Suprema.
Esto me hizo pensar en cómo nosotros, debido a nuestra confianza en las instituciones, le hemos entregado a la izquierda nuestros niños para que los pongan en nuestra contra. No importa qué valores defendamos o lo que queramos para nuestros hijos, igual los enviaremos para ser adoctrinados con valores revolucionarios. Es decir, ideas que rompan de manera definitiva con nuestra visión y nos hagan chocar de frente.
¿Cómo han logrado hacer esto?
Hace casi un siglo, la izquierda identificó los elementos fundamentales de toda sociedad: sus valores compartidos. Los valores son tan poderosos que son capaces de anular hasta los más bajos instintos, incluso el miedo. Por ello, hay gente que prefiere morir de hambre antes que robar, o gente que escoge correr hacia una muerte segura para defender sus ideales. O al menos así era hasta no hace mucho.
Antonio Gramsci sabía esto, y vaticinó el fracaso de la Unión Soviética ya en los años 30 del siglo pasado. Gramsci se dio cuenta que no importaba cuánto avanzara la revolución de Lenin, mientras el Ruso siguiese manteniendo valores cristianos y apego a su familia, la propiedad, y la nación, nunca se produciría la verdadera llegada del socialismo.
Afortunadamente para Gramsci y aquellos con espíritu revolucionario, ya en Estados Unidos se estaba gestando un movimiento progresista que se iba a dedicar a eliminar estos molestos valores para “democratizar” la educación y la cultura.
Antes de revelar el foco de este ensayo, primero hay que saber qué significa la palabra democracia en el argot progresista. Para el marxismo o socialismo científico, si todos los miembros de la sociedad no son perfectamente iguales, entonces sus voces tampoco lo serán. Por lo tanto, no habría posibilidad de una verdadera democracia en tanto y en cuanto existan desigualdades. Como ejemplo, si una persona demuestra ser más responsable que otra, ésta va a ser tomada más en serio, por tanto su voz o voto tendrían más peso. Lo mismo sucede en términos de patrimonio, género o raza.
De modo que la única manera de llegar a la democracia es igualando a todos en todo sentido. Esto es importante saberlo antes de apoyar a gente nefasta simplemente porque luchan por la defensa de la democracia, o antes de participar en cualquier proceso democrático. Recordemos que la izquierda usa nuestro mismo vocabulario, pero no nuestro mismo diccionario. Todos hemos oído hablar de cosas como la democratización del trabajo, de la cultura, de la ciencia, de la economía, y, por supuesto, de la educación. El revolucionario sabe que no nos opondremos debido a que valoramos La Democracia, aunque no su democracia.
Habiendo hecho esa acotación, podemos revelar el nombre de uno de los individuos que más influyó en la manera en que la educación Norteamericana, y occidental, pasó a democratizarse.
John Dewey: Destructor de Naciones
John Dewey fue un filósofo progresista y pedagogo que propuso que la educación debía ser una herramienta de reforma social como todo buen marxista. Si bien Dewey criticó a Marx, sólo lo hizo por centrar su análisis en los aspectos materiales de la sociedad. En términos prácticos, Dewey era un convencido socialista científico que deseaba, como muchos de su tiempo, demoler las estructuras existentes y traer a la existencia al hombre nuevo socialista y humanista.
John Dewey veía los valores occidentales y la idea de un código moral inmutable, como prescribe la derecha real, como un obstáculo para el progreso. Esta posición también fue propuesta por Nietzsche y Sartre en sus momentos con variaciones interesantes, pero todas apuntando a la necesidad de acabar con los valores de la sociedad para liberar al hombre de sus cadenas.
Para esto, Dewey propuso que la escuela debía dejar de ser un lugar donde una comunidad pudiese transmitir sus valores de manera privada y consensuada entre sus miembros. Para este pedagogo, la escuela tenía el propósito de adoctrinar a los jóvenes en ideas progresistas y convertirlos en agentes de cambio para construir una sociedad más democrática (de nuevo, se refiere a democracia en términos marxistas).
La educación debía ser reinventada según Dewey. Para ello, había que impulsar una revolución educativa en los Estados Unidos. Las escuelas se debían transformar en un microcosmos de la sociedad donde los estudiantes fuesen socializados como adherentes a los ideales progresistas y al bienestar colectivo (estatal). La manera práctica de hacerlo fue dejar de imponer metas abstractas a los estudiantes. Se deja de lado la educación filosófica clásica, la lógica, y la matemática, para aplicar la educación basada en la experiencia bajo un supuesto método científico. De esta manera, los profesores dejaban de ser guías morales o intelectuales que cultivaran virtudes personales en sus alumnos, para pasar a ser experimentadores perpetuos donde toda experiencia de los alumnos fuese vista como válida sin importar los resultados.
Dewey tuvo muchísimos seguidores entre las élites progresistas occidentales. Holger Cahill, un artista Islandés con simpatías comunistas que sirvió como director nacional del Proyecto de Arte Federal durante el New Deal del socialista Roosevelt, inyectó millones en fondos públicos a crear “La Escena Americana”. Este programa sirvió para establecer centros de arte en ciudades de Estados Unidos inspirados en las ideas de Dewey y el programa de murales Mexicanos donde trabajaron los Trotskistas Diego Rivera y David Siqueiros.
Años más tarde, Franklin Roosevelt y Nelson Rockefeller decidieron enfocar esfuerzos en el Vanguardismo norteamericano. Las ideas de Dewey cobraron aún más fuerza y su autoridad como guía del sistema educativo se solidificó. Fue en este punto que Dewey explicó que no había manera de llegar a un compromiso entre la educación tradicional y la progresista. Debía haber, según palabras de Dewey, un nuevo orden de concepciones y nuevos modos de praxis.
John Dewey siguió los pasos de Antonio Gramsci y visitó la Unión Soviética bajo la iniciativa de la Sociedad Americana Para Las Relaciones Culturales con Rusia, un organismo pantalla de “Vsesoiuznoe Obshchestvo Kul'turnoi Sviazi” o VOKS. Sin embargo, a diferencia del filósofo Italiano, John Dewey si quedó encantado con los avances del comunismo en términos sociales, culturales y educativos. Si bien Dewey admitió haber visto pobreza y opresión, declaró que no eran nada comparado con cómo las masas se desenvolvían con “regularidad, seguridad y decoro”. Celebró los esfuerzos realizados por los soviéticos para desmantelar la familia al asignarles lugares en grupos colectivos diciendo que era un experimento sociológico de sumo interés.
Recordemos que esta era una época donde los progresistas estaban enamorados del modelo soviético, y los reporteros de las más grandes cadenas informativas hacían reportajes increíblemente selectivos de lo que pasaba detrás de la gran cortina de hierro.
Así que la progresía no lo pensaba dos veces para adoptar cualquier “innovación” en nombre del “desarrollo”. Así que el sistema educativo norteamericano, a través de su Board of Education, se aseguró de edificar un sistema que formara educadores con las ideas de Dewey de manera masiva, todos regidos por un sistema de planificación centralizado que aún existe y que fue copiado por todos nuestros países.
De sus obras se sacan ideas tan brillantes como:
A los niños y niñas les gustan los mismos juguetes y actividades a menos que alguien les enseñe su rol de género.
Los sentimientos son más verdaderos que la razón.
Los derechos inalienables y los valores sociales son meras opiniones.
Los estudiantes deben ser liberados (de la autoridad, las convenciones, la currícula académica).
Por supuesto, las ideas de John Dewey cayeron en desuso eventualmente, y fueron reemplazadas por otras aún peores también financiadas por la Fundación Rockefeller. Las ideas de Paulo Freire.